Rincón para Solteros

El arte de engañar al enemigo data de los albores de la humanidad, cuando la mujer descubrió el maquillaje y el hombre descubrió la labia. Y este arte, porque engañar es todo un arte, ha sido llevado a su más sublime expresión, tanto para hombres como para mujeres, en la actualidad. Existe una infinidad de herramientas a disposición de ambos bandos, con las que se crean las argucias más complejas, con tal de alcanzar el objetivo de atrapar a la presa.

Así, aparece un especímen especial de mujer que, aparentemente inofensiva, atrae a sus presas hasta tenerlas lo suficientemente cerca y luego, cual Mantis Religiosa, descubre las zarpas y nos arranca el corazón. Quien no se haya topado con una de estas féminas, advertido está. Quien ya haya probado la hiel de sus argucias, que aprenda de la experiencia. Pero quien debe preocuparse realmente es aquel que piensa estar enamorado y que cree ciegamente en haber encontrado a la chica ideal. ¡CUIDAOS, OH MEROS MORTALES, DE LOS PELIGROS QUE OS ACECHAN! (XD JAJAJAJAJAJAJAJAJAJAJA, me encanta escribir como un ensayo del siglo XIX!!).

Cuando la conocí, me pareció el ser más tierno y lindo del Universo, quedé perdidamente enamorado, flechado a primer vistazo, a tal punto que, a mis tiernos 18 años, sentía que era la chica ideal. Ja, que iluso fui en aquel entonces. Yo creía en su sonrisa, creía en sus cariñosos abrazos, creía en el brillo puro e inocente de su tierna mirada. Creía amarla, y creía que ella me amaba. Creía que sus pedidos no eran interesados, sino más bien desprendidos, y que cumplirlos debía ser todo un honor para mí, por haber sido escogido por ella. Creía que era mi entera obligación invitarla a donde ella quería, y pagar la cuenta completa era mi deber, no porque ella me lo pidiera, sino porque ella lo merecía. Creía que sus lágrimas espontáneas eran por un corazón que había sido lastimado, un corazón dañado que quería ser sanado por mí. Creía tantas cosas, y tantas otras no creía por creer en las primeras.

Al principio no supe interpretar las compasivas miradas de quienes me rodeaban. En mis oídos no entraban tontos rumores, mi razón no entendía de mujeres con segundas intenciones, ni de amores compartidos ni de pecadoras reincidentes. Son rumores, eso es lo que son, no tenía sentido hacer caso, mucho menos si se trataba de despreciarla a ella, el ser más tierno y lindo del Universo, que podía arreglar el mundo con una sola sonrisa, que podía derretirme con una mirada. Y sus besos eran deliciosos, y sus caricias eran divinas, y todo aquello que podría venir de ella era la gloria.

Por eso, cuando descubrí que ella andaba con otro, o mejor dicho, otros, recogí en silencio los pedazos de mi destrozado corazón y me senté a la mesa en la que sus víctimas compartían penas y licor. Sus palmadas de comprensión en mis hombros me dijeron al instante que no había sido el primero, ni sería el único, y que cualquier advertencia posible sería inútil. La red enmarañada en que esta mujer envolvía a sus víctimas era a prueba de todo.

Espero que esta pequeña experiencia personal haya explicado claramente que, si uno no mira con atención, las apariencias pueden jugarte una mala pasada.

Recuerdo que una enamorada mía una vez me dijo, en medio de una casi discusión: "... Yo me enamoré de ti, y ahora no eres esa persona de la que me enamoré. ¿Entiendes como me siento? Es como si hubiera pedido un producto y me hubieran dado otro. Esto no fue lo que compré...".

¡Si hasta rezaba la condenada! Y al final me arrancó el corazón
foto tomada de aquí