¿Hasta qué punto una persona puede –o cree- considerar la soltería –empedernida o no- como un estado de libertad total?
“Hasta que te jodas la vida y te cases”, dicen algunos (o la gran mayoría). Para otros la libertad se pierde con el simple hecho de empezar una ligazón amorosa con una fémina. Y es aquí donde empieza a emerger, desde el oscuro despeñadero de nuestro célibe ser, ese personaje temido -y como punto de sátira- por muchos: El memorable y reputado saco-largo.
Olvídate de esa época en la que sin pedirle permiso a nadie; sin avisar donde ibas; sin dar ningún tipo de explicación, salías, te dabas tus escapadas, ibas de caza con tus amigos, con tus patas, con tus yuntas, con tus brothers; todo con la “concha y pana” que solo un soltero atesora. Olvídate de todo eso, compadrito, ahora la situación cambia; ahora la cosa se complica, ya no sales porque quieres salir, porque te da la gana de hacerlo, no, ya no; ahora tienes que pedir permiso a tu “ñora”, a tu jermita, a tu flaca, a tu calzón, a tu costilla; ahora todo depende de ella y de su buen humor para darte permiso y salgas a divertirte con los forajidos, facinerosos, bandoleros, cuatreros y mujeriegos de tus amigos, porque a partir de ahora tus amigos, para ella, son una sarta de malhechores. Y pobre de ti que saques cara por ellos y los defiendes, ahí sí te friegas y con roche, porque, caballero nomás, te priva de lo que más te gusta: ese suculento pandero del que te enamoraste.
Cuando te da permiso para salir a divertirte “sanamente” (te olvidas también de las salidas de cacería) con los forajidos de tus compadres, inevitablemente te conviertes en el centro de burlas, mofas y chacotas de todos ellos. Y es que con las constantes llamadas a tu fémina, con el fin de avisarle dónde y con quiénes andas; y bajando la voz para decirle que la quieres mucho y que vas a regresar temprano; y que no se preocupe porque estás tomando poco, por compromiso más que nada; hace que tus amigos se mofen de tu precaria y amargada situación.
Pobre de ti no cumplir con la hora de llegada acordada, peor aún si tienes la desfachatez e insolencia de llegar con el aliento colmado de evidente sobredosis de alcohol y cigarrillos. Lo mejor es que cierres ese hocico plagado de mal aliento y recibir con cierta resignación los constantes vapuleos y reclamos de tu “ñora” que, a partir de ese momento, no cesarán.
Olvídate de aquellos tiempos en los que, con la ayuda de tu estado de embriaguez, tenías el valor –y la suerte- suficiente para levantarte a una amiga o desconocida que encontrabas en alguna discoteca o fiesta, y dabas rienda suelta a tus más bajos instintos. Ahora las cosas cambian, chamaco, así que, una vez en la cama con tu “ñora”, ni se te ocurra insinuarle, como efecto de tu vergonzosa borrachera, con algún tipo de toqueteo y fricción de tu parte pélvica hacia alguna parte del cuerpo de ella, las ganas, el deseo carnal que sientes y que estás dispuesto a desfogar con ella; es más que seguro que, aparte de recibir algún tipo de agresión física y verbal, recibas como premio consuelo pasar la noche en el sofá de la sala: el onanismo en su máximo esplendor.
Por eso y muchas cosas más, deberíamos considerar y pensar dos veces –o más- antes de decidir que es buen momento para contraer matrimonio con esa persona que, al parecer, es la mujer de nuestras vidas.
Suerte.